Quizás una de las imágenes más deslucidas y manidas en el arte sea la flor, aquella figura con la que los escritores románticos del siglo XVl intentaron representar la breve eternidad de la vida, un contrasentido que estimuló las bellas artes en todas sus expresiones. Sin embargo, pese a la contundencia de la metáfora que siempre encerraron su forma y su color, la flor dejó de resumir los anhelos del hombre por explicar el acertijo de la belleza. La flor, antes definición, se convirtió en pretexto, en contexto.

La búsqueda de Ángeles parte de esa deslucida figura e intenta recavar en su validez como icono artístico, como metáfora humana. La artista se impone un reto y, para lograrlo, se permite una licencia: descubrir donde otros parecen haber dejado de ver, insistir donde otros dejaron de asistir, recavar belleza en un lugar donde, según la voces mayoritarias, ya no hay belleza, sólo reiteración y facilismo. En ese sentido, el trabajo de Ángeles es una apuesta por la dificultad.

Al tomar la imagen de la flor, la artista accede a una aventura que otros, la mayoría, no se permitiría. En sus cuadros la flor deja de ser la flor, aunque lo sea. La figura se fragmenta y su puesta en escena se convierte en una adivinanza en la que el color no es simple accesorio.

En las pinturas de Ángeles, la flor se exhibe como un juego, uno en el que los espectadores interactúan, completando lo que falta en los espacios que la artista impone. De esa manera, la pintora consigue un cometido mayor: nos hace cómplices activos (no pasivos) de su oficio. Y lo hace de una manera envolvente: pétalos que se abren con energía, tallos que describen movimientos y pistilos que despuntan como la luz en el trópico, esa región del mundo en la que nació Ángeles, donde no hay estaciones y la intensidad del sol nunca cesa.

Las incompletas flores de Ángeles parecen tartamudear por culpa de las áreas (siempre simétricas) que interrumpen el trazo, pero el milagro ocurre: el ojo del espectador termina, invariablemente, por completar lo que falta y la artista se sale con la suya. Entonces la flor, otra vez, es definición de la belleza.

Quizás todo se trata de eso: de una re-definición de la belleza que Ángeles nos propone con el pretexto de la flor como aparente protagónico. ¿Qué es la belleza si no una suma de esfuerzos por lograr que el espíritu humano prevalezca a pesar de las limitaciones, de la misma fealdad y del barullo existencial? Todos parecemos ser, de alguna manera, flores inconclusas, pero no por ello menos valiosas, hermosas y vivas.